La cabaña nace para satisfacer la irrefrenable necesidad de estar a solas conmigo misma. Cualquier montañero entenderá muy bien a lo que me estoy refiriendo. Basta remontar la fatigosa subida, coronar una cresta y expandir la mirada para darse cuenta de la necesidad de trepar solo sobre uno mismo: la más difícil de las travesías humanas. Allí todo es más puro, el límpio y fresco viento de la cumbre, azota y allana los laberintos del alma, poniendo un poco de orden y paz, donde antes no lo había. Y se experimenta, junto a toda la pequeñez personal, la más honda soledad acompañada por la presencia de los otros en el recuerdo.
Han quedado allá lejos las prisas de la vida en el paisaje urbano. Aquí no hay prisa para llevar enseguida y a todas partes el propio vacío. Aquí la vida personal se vuelve densa y maciza con la experiencia de lo intemporal y la copresencia de todos.

jueves, 26 de enero de 2012

Cada uno se psicomatiza como puede.



Ya lo dijo Freud, el padre del psicoanálisis, hace 100 años:
"Cuando se formula un juicio sobre dolores corporales, es preciso tomar en cuenta su evidentísima dependencia de condiciones anímicas".
La dermatitis alternativa-itinerante que sufro desde la adolescencia, este invierno decidió implantarse en los párpados para hacerme tragar veneno y obligarme a llevar, como decía aquella canción... "la cara lavada y recién peiná".
Si ya es un fiasco eso de salir a la calle sin la sombra de ojos, el rímel y el perfilador puesto, no les cuento nada el esfuerzo mental que supone para alguien como yo, más coqueta que Yessica Rabbit, tener que estar todo el día con el pañuelito en la mano secando lágrimas de puro escozor, ocultando bajo las gafas de sol, grietas, rojeces e inflamaciones; por no mencionar los pinchazos y el dolor permanente en las cuencas oculares.
Mi dermatólogo dice que de esto nadie se muere, pero que me moriré con esto. Para mí supone un rito expiatorio mortificante, como el de los "empalaos" de Valverde de la Vera.
La cuestión es que los mortales no valoramos el poder de la mente en su justa medida y, sin darnos cuenta, cada uno se psicomatiza como puede.
En mi caso tiene que ver con un espejo que deforma, como en el  Callejón del Gato, y con un armario muy viejo que probablemente perteneció a una tía abuela que se llamaba Antonela. Yo no conocí a Antonela, tía de mi padre, pero todos los días abro y cierro su armario. Se trata de un ropero de cuatro puertas, de madera, antiguo, recio, bonito si te gustan las cosas de antes. El armario de la tía Antonela tiene un enorme espejo central en la parte exterior de una de sus puertas, y ese espejo en vez de deformar, como los de Valle-Inclán, forma. Tanto que a veces creo que es la mismísima tía Antonela la que interviene para que yo me vea tan estupenda en su espejo y pueda salir a la calle llena de optimismo.
Como ocurre con la pulsera power balance, el alma de la cola de ballena en las píldoras homeopáticas o las bayas de Gogi, que tienen más de convencimiento mental que de funcionamiento físico, yo sé que esto no es así, y que ni la tía Antonela interviene para que me vea estupenda, a pesar de tener los párpados como si me hubiera caído disolvente, ni el espejo dice la verdad, pero esto, al fin y al cabo, no son más que nimiedades ¿no?.


A medida que vaya remitiendo el brote, podré ir pasando más tiempo delante de la pantalla. Estoy deseando visitaros.






martes, 10 de enero de 2012

Rapada a lo teniente O´Neil, lesión en el tabique nasal y ridícula carrera con ramalazo de ordinariez incluido.


 Rapada a lo teniente O´Neil, lesión en el tabique nasal y ridícula carrera con ramalazo de ordinariez incluido, fue el balance que me dejó la víspera de Reyes. Dicho así pudiera parecer que me metí en un lío, pero no, nada más lejos de la realidad.
El 5 de enero por la mañana, después de encargar el roscón de reyes en mi panadería habitual, me acerqué a la peluquería por si tocaba la flauta y me cogían para ese día. Con el jaleo de las fiestas no había pedido hora y lo más probable era que me mandaran a tomar viento fresco por donde mismo había venido, no obstante, quise intentarlo. Efectivamente, imposible atenderme ese día. Lleno hasta la bandera.
Volví sobre mis pasos pensando que en realidad había sido un capricho, no era necesario cortarme el pelo justo esa víspera de fiesta, podía haberlo hecho antes o esperar un par de días más. En esas estaba cuando me tropecé de bruces con alguien cercano a mí que muy efusivamente me saludó:
- Hoooola Fayna ¿qué tal? ¿Ya tienes todos los paquetes preparados? jeje
- Pues no, la verdad jeje. Preparado solo está lo que ya saco de la tienda empaquetado, el resto lo prepararé esta noche después de la cabalgata, como cada año. ¿Y tú? ¿ya acabaste?
- !Que va! me quedan un par de cosas, pero las tengo controladas. A comprarlas iba ahora mismo. ¿Tienes prisa? Acompáñame y luego nos tomamos algo.

Y tomándonos "algo" creo que fue cuando comenzó a confabularse mi mala suerte. El inocente comentario de:

- Venía de pedir hora en la pelu cuando nos encontramos...
Dio paso a:
- Mujer, no tienes necesidad de esperar para cortarte el pelo. Ya te lo corto yo en un momento. Me paso por tu casa después de comer y cuando vengan los niños para ver la cabalgata ya estarás lista ¿ok?

Me lo puso tan fácil y se mostró tan decidida y segura que otorgué como una idiota. Sabía que era peluquera, pero también sabía que no ejercía desde hacía mil años, con lo cual, alguien medianamente razonable hubiera puesto el ofrecimiento en cuarentena, pero yo no. Yo dí por hecho que cortar y peinar había sido lo suyo y que eso debía de ser como nadar, patinar o montar en bici, que no se olvidaba nunca.
El caso es que, emparejando un poco por aquí y otro poco por allá, cuando me quise dar cuenta tenía más desniveles en mi cabeza que los jardines colgantes de Babilonia. Aquello no había forma humana de enderezarlo. Cuando me miré en el espejo casi me da algo.

- !Dios mío! ¿Pero esto qué es?
- No te preocupes que aún no he terminado.
- Mira, este desaguisado no hay Dios que lo arregle. !Pero si a este paso me vas a dejar sin pelooooo!. Coge la máquina, ponla al dos y pásala por encima del millón de escaleras que me esculpiste. Entre sollozos -tía, que parezco un hare krishna-
- No es para tanto, Fayna. Si estás monísima.
- Acaba de una vez que no respondo. (A estas alturas estaba ya incandescente por dentro y por fuera).

La despaché sin miramientos y cuando llegó mi familia casi no me reconocen. Por un lado la rapada, y por otro, la hinchazón de tanto llorar.

El caso es que después de estar consolándome un buen rato,(el afán de mi madre por asegurarme que no me quedaba mal, no hacía más que confirmar el desastre) decidí darme una ducha y poner toda mi atención en los ojos, haciendo un intento desesperado por resaltarlos con el maquillaje y así desviar, dentro de lo posible, la mirada del pelo.
Lo hecho, hecho estaba y ya no tenía remedio, con lo cual tocaba resignarse y positivizar la situación. El pelo crecería y al cabo de cierto tiempo vería todo esto como una simpática anécdota.

Dos horas después me encontraba en la Cabalgata con mi hija pequeña y Ulises, éste último de cinco años, que había traído su carta para entregarla en mano, no fuera a ser que el correo la extraviara.
Estábamos entretenidos, bailando al son de Bob esponja, sacando fotos con Chip y Chop, cuando detrás de la siguiente carroza vislumbramos entre flases la corona del imponente Melchor. Se acercaba el primer rey, pero Ulises quería esperar a Baltasar, que era su preferido, y menos mal, porque justo cuando teníamos las patas del primer camello, literalmente, a tiro de piedra, impactó a toda velocidad y con asombrosa precisión un caramelo en mi tabique nasal con tanta fuerza, que el dolor que me produjo hizo que instantáneamente me quedara en cuclillas viendo girar estrellitas con sus constelaciones correspondientes alrededor de mi rapada cabeza, y derramando tantas lágrimas imposibles de contener como para llenar un estanque.
En ese momento pensé:
- !Que ironía! Me parto de risa con el auto de aquél magistrado onubense y ahora me ocurre lo mismo que a aquella señora, !es increíble!.
Me recompuse como pude y haciendo de tripas corazón seguí estoicamente de pie junto a Ulises esperando el paso de Baltasar mientras mi nariz latía como el tambor de Toro Sentado, hinchándose por momentos.
No es de extrañar que dadas las circunstancias no estuviera todo lo atenta que debiera, pero Ulises tuvo reflejos y, cuando tuvo a Baltasar delante sacó su carta del bolsillo y se acercó lo que pudo para entregársela. Como Ulises es tan chiquitito en comparación con el camello, Baltasar no lo vio. Pero yo si que lo vi y rauda, como una heroína de cómic, cogí al niño en brazos para que el rey mago pudiera verlo. Pero ni con esas.
El rey seguía su marcha sin detenerse y las opciones de Ulises iban disminuyendo. Cuando comprobé que el camello aquel no iba a parar, solté al niño, cogí la carta y empecé a correr detrás del cuadrúpedo al grito de ¡Baltasar, Baltasar, coge la carta!
Corrí unos metros, otros más, y a punto estuve de recibir un pisotón del animal. Había dejado a Ulises atrás y Baltasar seguía sin hacerme caso, pero yo no podía fracasar en mi misión. ¿Qué iba a decirle al crío?
¡Baltasar, Baltasar, coge la carta! Y Baltasar, ni caso. Él saludaba a la multitud a derecha e izquierda, pero no reparaba en la mujer que le gritaba por el flanco derecho con un sobre en la mano.

Al cabo de unos minutos que me parecieron eternos, casi sin resuello y a punto de claudicar, pensé en encaramarme acrobáticamente por el cuello del camello y darle un jalón de la barba y dos o tres cachetones, pero finalmente grité: ¡Coño, Baltasar, coge la puñetera carta!

Mano de santo, fue ponerme ordinaria y darse la vuelta un voluntario de protección civil, creo, que iba junto al camello. Me cogió la carta y se la entregó al rey mago. Y yo pude darme la vuelta y hacerle a Ulises el signo de la victoria con los dedos índice y corazón de la mano derecha.
Fue todo un poema ver la cara de los míos cuando regresé a casa con aquella protuberancia en la nariz del tamaño de un garbanzo remojado y morado como una berenjena.



miércoles, 21 de diciembre de 2011

Una Navidad como la de Dickens para todos.




¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!
Charles Dickens

Disfrutad aquí de la Trans-Siberian Orchesta y descubrid quién engaña a quién.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Por llevar la contraria.


Poderoso aquel que tranforma la materia y es capaz de cubrir una necesidad, satisfacer una ilusión, cumplir una expectativa y proteger nuestro planeta.

Las Navidades parece que nunca van a llegar, pero de repente aparecen como a traición, igualito que una apisonadora de la que es imposible escapar.
No soy de esas que tan pronto empieza diciembre, echan por la ventana a uno de esos muñecos de papá Noel o de rey mago, pobres seres inanimados que quedan colgando del tercer piso, del sexto o del que se tercie, ya haga sol o truene y rodeados, casi siempre, de un festival de luces de colores destelleantes que convierten el asunto en algo estrafalario. A mí, esos seres desmadejados colgando de la ventana no me producen ninguna ternura, más bien me dan un poco de grima.
Tenemos aquí una celebración religiosa, que en origen no es la fiesta de San Langostino, aunque lo parezca, sino una celebración con profundo sentido para los creyentes, que haberlos, haylos, como las meigas; pero que hemos convertido por arte de cartera en una maratón inmisericorde para las madres de familia. Esas mismas que cuentan con orgullo que ni sabe realmente a cuántos reune a cenar, que ella lo prepara todo, que la casa se le hace chica...
Me gusta mucho reunirme con mi familia -con la de aquí y con la de allende los mares- y con mis amigos también, pero de lo que me quejo es de que lo tengamos que hacer todos a la vez, casi de la misma forma, !y por narices!, que ésa es otra.
Compramos como por obligación, y cuanto más se acerca el día, más estupideces hacemos. No sé este año con la crisis como será la cosa, pero hasta las últimas Navidades daba miedo ver a la gente en los centros comerciales, con esos carros regurgitando paquetes y langostinos- o percebes y carabineros si eres pudiente-. Hay quien no come uno en todo el año, cuando son más baratos, y se tira en plancha cuando suben de precio.
El asunto de los regalos ya es el acabose, pero es que como el paso doble, de seguido viene fin de año y al poco, los Reyes, día en que regalamos un montón de insensateces.


La semana pasada mi hija me preguntó:
- Mamá ¿cuándo vamos a poner el árbol de Navidad?
- Este año no vamos a montar el árbol. Aprovechando los días de fiesta y el montón de publicidad que han dejado en el buzón (la mayoría revistas de juguetes) haremos uno exclusivo para nosotras y de paso reciclamos.

Y el de la cabecera fue lo que nos salió. Con servilletas de colores y un par de hojas de celofán que había en casa hicimos las flores.
Todo por llevar la contraria y poner un poco de cordura.

                                                      !!!!!!! Feliz Navidad !!!!!!!



domingo, 4 de diciembre de 2011

Mil y un sueños

                                                      One thousand and one Dreams
                                                                          by
                                                    Yasmina Alaoui and Marcos Guerra


La artista francesa de ascendencia marroquí Yasmina Alaoui y el fotógrafo de origen chileno Marcos Guerra han hecho un trabajo precioso donde el erotismo y el misterio se funden armónicamente. Son dibujos arabescos con filigranas en henna que cubren completamente los cuerpos a modo de lienzo.


La pareja declaró que la inspiración surgió al fusionar los cuentos legendarios de Oriente Medio con el surrealismo mágico de la literatuta sudamericana.


Una mezcla explosiva para un resultado envolvente. Ya me gustaría a mí colgar alguno de éstos en casa. Acepto donaciones.




viernes, 2 de diciembre de 2011

Por esa minoría maravillosa

                                     Última entrega "Concurso Paradela"



La mayoría de nosotros somos gente sin grandes aristas, que no destaca ni por arriba ni por abajo ni por la derecha ni por la izquierda, ni tan siquiera por el centro. Somos contradictorios, pero no mucho. Egoistas, pero hasta cierto punto. Y también tenemos algo de buenas personas. Somos la mayoría, y somos como la mayoría.
A veces nos creemos aburridos porque nuestras vidas transcurren por caminos trillados y no nos damos cuenta de nuestras fortunas, que también las tenemos. Son vidas predecibles pero también hasta cierto punto, porque tambien son cambiantes y están sujetas a muchos albures.
En este transcurrir tan pacífico cualquier incidente puede convertirse en un acontecimiento. Y esto, como todo, da pie a muchas lecturas. A veces convertimos en una desgracia algo que carece de importancia o, al contrario, y es casi peor que lo anterior, hacemos como que no pasa nada, no vaya a ser que crean que nos importa ... algo.
También es muy triste que nos agarremos a la rutina como el náufrago al salvavidas y que nunca nos echemos a nadar, no vaya a ser que flotemos o, incluso, que lleguemos más lejos.

La foto que encabeza el post me hizo pensar en la gran mayoría,  pero sobre todo, en esa minoría maravillosa que destaca, básicamente, por conseguir llenar su vida de pequeñas locuras entendiendo que, para bien vivirla, hay que hacerlo con todo el entusiasmo y sobredosis de alegría.