Bebe vino, come queso y sabrás qué es eso.
CONCURSO PARADELA.
Llevo relativamente mal esos momentos en los que lo único que puedo hacer es esperar en silencio y mirar a las musarañas.
Llevo relativamente mal esos momentos en los que lo único que puedo hacer es esperar en silencio y mirar a las musarañas.
En las interminables colas de la caja del supermercado los primeros de cada mes, como mal menor, he desarrollado un método de entretenimiento que consiste en observar los productos de la cesta de la compra de los que me preceden en la fila, y a partir de ahí, averiguar datos del desconocido en cuestión. Tanto me fijo y tanto me gusta, que a veces me siento mal, por prejuiciosa...
Esto también lo aplico en la cola de la charcutería, que no sé muy bien por qué, nunca tengo la suerte de llegar y besar el santo.
Suelo acercarme al mostrador, retirar el número y situarme frente a los quesos. ¿Nunca les he hablado de mi gusto por el queso? me pasa como a esos hombres mujeriegos, que les gustan todas. Rubias, morenas, pelirrojas, altas, bajas, delgadas, gorditas; pues yo lo mismo, de cabra, de vaca, de oveja, tierno, semicurado, curado... sin excepciones.
Una vez haya lanzado una visual rápida y escogido del que me voy a llevar, comienzo mi escrutinio particular sobre quién es quién y apuesto por el que creo yo que tiene mejor paladar y llevará queso.
Veamos: La chica alta, rubia, con vaqueros desgastados y bandolera llena de rayones, que pide jamón de pavo en garepillas seguro que es mamá. Su hij@ debe de ser muy pequeño y estar empezando a comer, de ahí el corte en garepillas y los rayones absolutamente infantiles en el bolso. No creo que pida queso.
Un poco más allá, un señor muy setentón y bastante miope que se acerca la lista para ver qué tiene que comprar, seguro que está aquí por encargo de su mujer. Se le ve más perdido que un pulpo en un garaje, no tiene práctica ninguna. Puede que lleve queso tierno bajo en sal.
Cantan el 77 e irrumpe en primera fila, procedente de uno de los pasillos colindantes, una señora más cerca de los sesenta que de los cincuenta, con marcado acento italiano. Llegó con pinta de señora ocupada e ilustrada, como si lo de comprar un trozo de queso fuera tan complicado como realizar una operación a corazón abierto. Digo esto porque a pesar de que era un mogollón de gente la que estaba esperando a ser atendida, la buena señora no se inmutó y tardó Dios y ayuda en decidirse de qué pieza de queso iba a llevarse la desorbitada cantidad de 150 gramos, no sin antes, degustar por lo menos de cinco variedades diferentes. Rácana pero con buen gusto. Finalmente escogió el mejor, la mezcla curada de "El bosqueño", dándome un pleno en mis predicciones. Casi me doy vivas y oles de pura admiración. Si es que lo que hace el aburrimiento...